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sábado, 30 de mayo de 2009

Sobre el autoabastecimiento



En el Chiri me da la impresión de que aún se conserva relativamente bien, por lo menos mejor que en otros de mis pueblos, la esencia de la vivienda tradicional y hay más conciencia del pasado reciente, de la vida rural del autoabastecimiento.

Hace poco me estuvo contando mi tía, ya que mi abuela ahora mismo ya no puede, la pobre, algunas cosuchas de la vida tradicional, que la generación de mis padres fueron los últimos que pueden contarnos. Una forma de vida mantenida durante siglos, que tuvo su fin en la provincia de Almería hace apenas cuatro décadas, tres, si me apuras.

La casa de mi abuela era una casa tradicional. De tres plantas, una buena casa bien emplazada en Fines, que mi bisabuelo, el Paye (el Tío Antonio, para los que no son de la familia directa), pudo comprar, junto a otra casa y algunos bancales, gracias a vender sus espléndidas tierras en el Chiri, incluyendo el cortijo que tenía en la solana de la sierra de María. 

Esta casa, en tanto que tradicional, tenía una distribución, como es lógico, perfectamente tradicional. La primera planta se dedicaba a corrales, cuadras y espacios para varios usos y para las matanzas. La segunda planta era la vivienda y en la tercera estaban las trojes, el pajar y las cámaras, para guardar alimentos y de vez en cuando por si visitaban los primos y no cogían en los dormitorios, y también pa jugar los zagales, como jugó mi abuela, también de chica, en los pajares de la formidable y anchísima casa del célebre y recordado Tío Dieguito (Egea), y así muchísimas generaciones más atrás, también jugarían en los pajares. Por detrás, la casa daba a un buen patio, y más atrás aún, saltando una tapia hecha con grandes cantos rodados del río Almanzora, como estaban hechas todas las tapias, y detrás daba a la acequia, una de las principales, honda, abundante y, por supuesto, sin entubar, y un huertecico que mientras que pudo trabajarlo fue el capricho de mi bisabuelo.

Un potente terremoto declaró aquella casa en estado de ruina, pues, aunque de muros bien anchos, el paso del siglo, o quizá más de uno, que tenía de antigua, se tuvo que notar. Pero bueno, eso es ya otra historia.

En fin, como se ve, de tres plantas que tenía la casa, dos tercios, nada menos, estaban dedicadas a los alimentos. Los chinos, cabras, gallinas y conejos, y alguna burra, en la planta de abajo; arriba, el grano en las trojes (que se traya mi bisabuelo del Chiri), algún embutido (aunque muchos prefería llevárselos al Chiri a que se curaran mejor, sobre todo los jamones), las cebollas, los pimientos, las frutas para secarlas, incluso las granás. ¡Dos tercios de la casa, dedicadas al autoabastecimiento! Tres chinos mataban todos los años en la matanza; mi bisabuela, que era una gobernanta, según dicen, juntaba al familión, amigos y vecinos, y se hacía, aprovechando la juntaera, una buena fiesta con vino y anís.

Bueno, evidentemente, no voy a decir, ni estoy en disposición de hacerlo, que fuera esa vida mejor que la de ahora. Pero parece que siempre, en contándola, se recuerda aquello con nostalgia, porque esa rama de mi familia, por fortuna, no pasó faltas, pero aún así no se oculta que se trabajaba duro para salir adelante, y el trabajo para autoabastecerse era continuo, y toda la familia estaba ocupada permanentemente en las distintas faenas, sin apenas vacaciones. Ni viajecicos ni caprichos, ni nada de señoritos, pero lo que son faltas, no pasaron ninguna, gracias a Dios.

Pero ahora bien, en esta reflexión nocturna, se me ocurre plantearme lo siguiente: ¿Se era entonces más libre que ahora, se vivía una vida más plena? La infancia mi abuela la recuerda felicísima, jugando en una Rambla del Chiri llena de agua. Hasta hace algunas décadas, la familia estaba unida, era un verdadero clan, no faltaba apoyo en ningún momento, la soledad no existía, al contrario que ahora, que es un problema acuciante. Si se necesitaba juntarse para algún menester, el apoyo estaba ahí, y eso pasaba igual en el pueblo que en los cortijos. La gente también se divertía, y cuando lo hacían era de forma más sana que ahora, sin tener que gastar, con sencillez (tampoco tenían para gastar, eso es cierto), y el trabajo, bueno, era duro, pero al menos era creativo, gratificante cuando Dios quería, y, sobre todo, objetivamente productivo. Se tenía un conocimiento profundo, cultivado, sobre la naturaleza y sus ciclos, sobre en qué momento de la luna se debía sembrar o cavar, y en qué recoveco de los cerros había un manantialillo en cierta época del año para abrevar el ganao. En fin, aún nos quedaba mucha cultura y saber proprio tradicional, teníamos un paisaje conservado, producíamos cosas realmente necesarias, se trabajaba con la naturaleza, conservando la herencia en vez de explotándola hasta su agotamiento, y lo mismo con los animales, había agua (porque ni la industria ni la agricultura industrial apretaban, ni los gastos domésticos de hoy), y se comía y se respiraba sano, con la familia unida, y sin (tanto) estrés. Puede que no se pudiera ir la gente a la playa o de viajecico en coche, o tener casa en la costa (mi familia, como mucho, se iba algún día a Águilas, y a ca unos primos), pero también tenía ventajas respecto a la vida moderna industrializada y, después, globalizada.

La gente relaciona la necesidad de la emigración con la miseria de la tierra, pero el problema, quizá, era el mismo de siempre. No la tierra, que en ciertas zonas de Almería no es tan ingrata, sino la política, los abusos por parte de los de siempre, y así seguirá pasando (y sigue, aunque sea más encubiertamente, y a nivel planetario, pero cada año hay más hambre y más pobres).

En fin, que ahora bien, la vida moderna nos trajo muchas comodidades, mejoras tecnológicas que nos resuelven en multitud de tareas el esfuerzo físico y tedioso, cierta seguridad ante los vaivenes de la naturaleza, educación contra el analfabetismo cultural, progreso, contra el atraso general, sobre todo tecnológico, que se sufría. Pero resulta también que, con el paso de los años, ahora estamos continuamente expuestos, queramos o no, a toda clase de venenos. Pesticidas en los alimentos, hormonas en la carne, ondas electromagnéticas por todas partes... Y otro punto es que antes se trabajaba duro, sí, pero ¿en qué trabaja la mayoría de la gente ahora? Trabajos monótonos; en su mayoría son trabajos medio robóticos, sumamente especializados, de tal forma que mucha gente se gana el pan, esforzadamente, con trabajos que en verdá son cada vez más accesorios, enfocados a caprichos de la modernidad, menos esenciales.

A donde quiero llegar es a que, con el cambio de sociedad, nos estamos olvidando de lo básico, lo verdaderamente importante Y no me estoy refiriendo en esta ocasión al gran daño a nuestra cultura propia y la homogeneización globalitaria que nos afecta, cosa que también me preocupa. Nos dedicamos a chorradas, servicios, sí, todos ellos loables, y que vemos necesarios hogaño, pero, sin embargo, sucede lo siguiente:

Nos dedicamos a llevar una vida cómoda, pero delegamos lo más vital de nuestra vida en otra gente. LA ALIMENTACIÓN. Las tierras están perdidas, el conocimiento milenario de cultivar bien la tierra, los saberes que atesoran aún los pastores sobre el saber tratar los animales y el campo, los despreciamos. Se ríe ahora la gente de ese modo de vida cada dos por tres en la televisión, o coloquialmente, como también se ríe de rasgos dialectales del habla, pero lo que vivimos ahora es un error. Debemos enfocar la vista hacia LA ÚNICA RIQUEZA REAL QUE TENEMOS, que no es otra que la tierra y el agua, y no me refiero a la agricultura industrial, que lo que hace es expoliar estos elementos, sino a los modelos tradicionales y sostenibles que, por ejemplo en la Vega del Chiri, todavía serían recuperables, antes de que se destruyan las ciecas y los caños y se sustituyan por tubos, pozos y balsas de hormigón y plástico.

Nuestros alimentos los conseguimos mayormente gracias a un reducido oligopolio de cadenas de distribución, que a su vez dependen de multinacionales que se los suministren. Estas multinacionales de la alimentación y estos comercios no son precisamente el mejor ejemplo de preocuparse por la sostenibilidad. El sistema actual de distribución de alimentos es tan absurdo que, actualmente, algunos países africanos, de tierra riquísima, tienen que dedicarla enteramente a producir cacahuetes y demás materias primas destinadas a la gula occidental, mientras que, sin embargo, la mayor parte de la población allí está pasando hambre, y en los mercados de sus pueblos encuentran frutas y hortalizas europeas más baratas que las propias africanas. ¿Cómo es esto posible? El Reino Unido exporta tantas manzanas como importa, y en los viajes a Nueva Zelanda, Chile o Argentina, se desperdician toneladas de combustible (hay miles de ejemplos más), mientras aquí en España nos salen más baratos los plátanos de Ecuador que los de Canarias, y dedicamos mucho terreno que podría seguir siendo de trigales, para producir pan, la base de nuestra alimentación, al cultivo del almendro, sólo porque es la pauta que nos marcan las subvenciones que nos mandan de otros lugares lejanos.

¿Está bien delegar la responsabilidad de algo tan básico como alimentarnos a enormes empresas privadas, cuyas prácticas han demostrado reiteradamente conocer bastante poco lo que es la ética y la moral? ¿Tener que tragar manzanas pre-congeladas procedentes de las antípodas, llenas de pesticidas, mientras nuestros pereros se pierden en la vega, los bancales se erosionan y los caños y las ciecas se ciegan de no limpiarlos? Nuestro Campo y nuestra Vega, que podrían estar produciendo riquísimos alimentos ecológicos, sin necesidad de gastar miles de litros de combustible en transporte, que beneficiarían nuestros paladares y nuestra salud y no serían vulnerables al devenir de los acontecimientos internacionales.

Porque es que resulta que, además de insano y a menudo anti-ético, además de perjudicial para una tierra mejorada año tras año con el sudor de nuestros antepasados, depender alimentariamente de gente tan ajena a nosotros es inseguro. Hasta me atrevería a decir, sin temor a exagerar, que es insensato. ¿Por qué? Pues bien, porque ahora que nadie se ocupa de la tierra, que la gente ya no sabe cultivar, que nuestro estilo de vida (y por tanto,  nuestras viviendas) no tiene nada que ver con sacarle rendimiento sostenible a nuestro entorno natural, somos más susceptibles a padecer carestías y hambrunas. Parece un disparate, pero no lo es. Probablemente, lo somos más que hace unas décadas, cuando todo estaba en producción, porque entonces, cuando venían las crisis, de la tierra se sobrevivía. Ahora, ¿de dónde sacamos eso? Dependemos de los alimentos cultivados industrialmente por corporaciones agrarias y sus cadenas de distribución, y de los combustibles fósiles para transportarlas, y del estado de la caprichosa (casi aleatoria) economía internacional, que se decide por unas pocas personas a miles de kilómetros, que marca cuál es la disponibilidad de dinero y qué es lo que sale rentable a estas empresas en las que delegamos nuestra alimentación. Además, hay que tener en cuenta otro agravante, que es que ahora la población es mayor y vive más porcentaje de población en las ciudades, grandes focos de gasto.

Además del tema de la moderna esclavitud de hipoteca y gente ahogada hasta el cuello por culpa del consumismo absurdo y la especulación, resulta que con esta misma vida moderna, eligiendo vivir para prioridades ridículas según nos han indicado los medios de comunicación, publicidad y demás, hemos renunciado a uno de los aspectos más vitales para nuestra supervivencia. En cierto modo, se podría decir que, por otras prioridades, como un buen coche, caprichos, viajes, renunciamos a una cosa tan relevante como comer bien.

Y a lo mejor esto parece lejano, pero en España se está disparando ahora la cantidad de gente necesitada de la beneficencia para comer. En Europa, el gasto para la alimentación suele ser de un 15% de los ingresos, mientras que en África es del 90%. La crisis no va a mejorar, y la previsión de un posible hundimiento del dólar y agravamiento de la situación económica mundial -recesión, malestar, disturbios, crisis alimentaria- cada vez parece algo más cercano y menos una chifladura propia de conspiranoicos. 

En ciertos lugares de Almería, donde los parados crecen rápido y no se vislumbra la posibilidad de encontrar empleo de nuevo de aquí a unos años, alguna gente sensata, aún apegada a la tierra, está ya liá con la azá. 

Buenas noches. Que atendáis los bancales, no uséis venenos, y aprendáis de los viejos los que aún podáis y los tengáis a mano, y si alguien quiere opinar sobre lo vertido en ese tochángano, proceda, que lo leeré con sumo gusto. ¡Abules!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi abuelo se lllamaba Antonio, mi abuela Trini y ¡Oh, casualidad, se fueron a vivir a Fines!La casa la describes un tanto...y,en fin un abrazo, intuyo que somos familia.

pepe dijo...

El articulo, aunque sea un poco largo,creo que hace una buena refexión de la situación de antes a la actual.
El mundo ha cogido una velocidad, con el consumismo masivo y el desarrollismo salvaje e insostenible, que va igual que un coche sin frenos, directo al precipicio. Todo por la avaricia y egoismo de un capitalismo salvaje e irracional que lo único que busca son beneficios a costa de lo que sea. Cuando ganan menos, ya pierden y viene la crisis , para que la paguen los de siempre, es decir, los pobres.
El capital ha saturado los mercados con un exceso de producción por medio de mano de obra barata y aumento de la productividad por todos los medios posibles. Ahora no saben que hacer porque nada se vende.
Si la crisis es a nivel mundial, en España, que paradójicamente tiene más recursos, debido al turismo, es mucho peor que en los paises de su enterno. Esto es debido a la caída estrepitosa del ladrillo.
Algo que se veia venir pero que los gobiernos, ni el de antes ni el ahora, hicieron nada para intentar evitarlo.

Sr. Sabuco dijo...

Gracias, Pepe. Ya digo, nos encaminamos cada vez más a un control absoluto de nuestras vidas por parte de los dueños de estas multinacionales. Si un mínimo de refugio nos queda, yo creo que es tratar de que no se pierda el saber antiguo de aprovechar nuestros auténticos recursos, que son la tierra y el agua, vamos, lo que es intentar preservar la Soberanía Alimentaria.

Anónimo dijo...

profunda y certera reflexión pero... yo que vivo en una gran ciudad, como me bajo del carro? tengo uno de esos trabajos "inútiles" y superespecializados. Qué hago? me lo dejo todo, me cojo una azá y me voy a cultivar la tierra? no, eso no es factible. Hay que admitir que la humanidad está donde está porque nos hemos ido especializando en diferentes oficios y profesiones.Respecto a la dependencia, alimentaria precisamente las subvenciones deberían servir para "defenderse" de importaciones más baratas (como los plátanos de equador que comenta). Es muy bonito el "back to basics" , volver a las raices que diríamos nosotros, pero no hay vuelta atrás en cuanto al tema de la produccion industrial de alimentos, por lo menos para los que vivimos en la ciudad.

Lo que no hay que hacer es mezclar conceptos: los pesticidas son malos.. bueno depende, digáselo a ese pueblo de Cádiz que los ha prohibido y padecen una bíblica plaga de mosquitos. www.abcdesevilla.es/20090611/sevilla-sevilla/plaga-mosquitos-asola-pedanias-20090611.html... bueno..

que no hay que depender de otros paises? de acuerdo hasta cierto punto, pero hasta que no hay una especie de gobierno mundial, que fulta muuuucho para ver eso, va ser complicado. Eso y lo de llevar y traer manzanas y otras tonterías por el mundo.

en fin... que todo es más complejo de lo que se ve a 1ª vista.

si le apetece seguiremos comentando...